El colofón a un día fantástico no ha sido precisamente brillante, y en este preciso instante estoy bastante rebotada con el sistema y pensando en cómo conseguir la instancia para darme de baja en todo este sinsentido que hemos creado, así que me resulta un poco difícil volver a retomar las sensaciones que te deja la Toscana en los cinco sentidos, pero lo voy a intentar…respiración profunda, apnea, mente en blanco y…¡¡a por ello!!.
Esta mañana nos levantamos en Siena, pero en la otra Siena, la moderna, la que no difiere demasiado de cualquier ciudad mediana de cualquier país europeo. Porque como pasa en tantas otras ciudades monumentales, hay dos Sienas en una. La que indudablemente hay que visitar, es la gótica, la que te trasporta a otra época, entre los SXIII y SXIV, cuando vivió sus mayores momentos de esplendor. La que de entrada te impresiona con su torre y con la fachada de su catedral.

Que además, tiene un interior que apabulla: Las columnas en dos colores (el negro y el blanco – los que representan la ciudad), el altar mayor, el púlpito – que a mí me ha parecido una joya -, los suelos – que normalmente están tapados, pero que durante un par de meses al año son exhibidos y que narran tanto la vida de importantes personajes bíblicos, como las virtudes cardinales o símbolos de la ciudad -, además de la librería o el baptisterio. Yo no sabía a dónde mirar. Aunque también es cierto que hay momentos en que te sientes un poco “maltratado”, porque los vigilantes te chillan, te riñen, te espolean para que vayas más rápido o más lento, según sean las necesidades, pero a ti te da igual, porque para entonces, tú ya estás viviendo otra vida en otra época.

Además en Siena está la Piazza il Campo, una plaza enorme – en la que destacan la Fonte Gaia y el Palacio Público (Ayuntamiento) – donde hemos pasado un buen rato comiendo productos típicos, gritando “Auguri” y aplaudiendo a unos recién casados, jugando y viendo el desfile de blasones locales (lo que comprenderemos mejor cuando vengamos al “Palio” en julio).

Pero, de fondo a toda esa belleza creada por los hombres, está el paisaje verde y ocre de la Toscana, que se extiende interminable, llevándote a través de sus arboledas y de sus vides hasta otros pueblos maravillosos, como San Gimignano que me ha ganado desde el primer momento. La llaman la ciudad de las bellas torres o el Manhattan del Medievo, porque es una localidad en la que llegaron a levantarse 72 torres, de las que aún quedan en pie y en perfecto estado de conservación, nada menos que 15.

Pero como os decía, a mí me ha gustado desde el principio porque, pese a la gran cantidad de turistas, conserva algo de ese ambiente auténticamente medieval, con las calles llenas de músicos, pintores y artistas en general, lo que te permite perderte aún más. Además, cuando ya nos íbamos – empezaba a atardecer y ya se necesitaba alguna prenda de abrigo – ese olor característico de la madera quemada en chimenea ha empezado a extenderse por las calles a modo de despedida.

Uffff.que bonito hija.cada vez tengo mas ganas de empaparme mas de Italia.
Ya te lo he dicho…aquí te espero!
Eso Encina
eso enamorada de Italia
A ti también te espero. Si queréis juntas…pues también!!