
Supongo que la mayoría de los domingos conllevan algo de melancolía, quizá porque de alguna manera te encuentras asomado al precipicio: al de la semana que muere, tal vez sin haber conseguido todo aquello que se propuso y al de la que empieza, con muchas ganas, pero ya agotada antes de dar el primer paso. Hace años, antes de que internet, wapp y otras influencias tecnológicas y perniciosas me hicieran perder la cabeza, escribí un texto sobre los domingos que creo que me representaba perfectamente a los veinte años. No sé dónde está ese texto, pero da igual, porque hoy yo ya no soy aquella que se dejaba atropellar por los domingos, tirada en el sofá. Y es que desde que tengo hijos los domingos, en general, son días de familia, amigos, cosquillas, películas, patines, parques y pasteles de chocolate…