Esta mañana la pereza me ha atrapado, y yo me he dejado seducir por la idea de no hacer nada. Pero, después de un rato en casa dando vueltas y después de constatar por enésima vez mi incapacidad congénita (creo) para los idiomas, me he ido a montar en bicicleta por el centro de Roma, desde mi casa hasta Campo di Fiori y de allí por el Lungotevere de nuevo hasta casa.
He de reconocer que me encanta montar en bicicleta por Roma, es un auténtico placer, pero a veces no es tan poético como suena y entraña más de un peligro; en contrapartida, te ofrece la posibilidad de moverte libremente de una manera rápida y limpia por la ciudad, y con ello toparte con auténticos tesoros. Hoy por ejemplo, durante el recorrido he ido encontrando esas calles de Roma que hacen que la ciudad tenga un encanto por encima de lo normal. Para muestra unos botones…
En la Via Giulia está una de esas fuentes curiosas que de vez en cuando te sorprenden en cualquier esquina de la ciudad. Se llama la Fontana del Mascherone y, como su propio nombre indica, es una máscara grotesca hecha en el barroco. Un poco más allá, en la misma calle, se pasa por debajo de un arco, actualmente cubierto de vegetación, que fue la primera puntada que dio Miguel Ángel a un gran proyecto que quedó para siempre inacabado, el de unir el Palazzo Farnese (actual Embajada francesa, en Piazza Farnese) con la Villa Farnesina (en el Trastévere).
