Ya en otra ocasión os hablé de los bustos parlantes, como el Pasquino, que son estatuas que se han utilizado durante siglos para mostrar, desde el anonimato, los verdaderos intereses o preocupaciones del pueblo. Hoy también os hablaré de un busto parlante, tal vez uno de los más desconocidos de Roma…
Se trata de una estatua que sorprende por su gran tamaño, casi tres metros, que probablemente representa a una vestal, y que los arqueólogos sitúan en la época de la Roma Imperial. Aunque fue en el SXV, cuando un cardenal se la regaló a la amante favorita del rey Alfonso de Aragón, Lucrecia de Alagno, cuando el busto adquirió el nombre que aún hoy en día conserva, Madama Lucrecia. Esta favorita vivía en el Palazzetto Venezia y también ahí sigue nuestra estatua, justo en el ángulo entre el Palazzetto y la Iglesia de San Marcos.
Durante muchos años, cada primero de mayo, se celebraba una gran fiesta pagana, en presencia de la estatua, que era decorada con frutas y flores, mientras los hombres más excéntricos (como artistas, mendigos, aventureros…) sacaban a bailar a las mujeres más guapas de Roma. Ni que decir tiene que la fiesta terminaba a altas horas de la madrugada, en las dos tabernas del Campidoglio.
Hoy en día todo eso pasó a la historia, pero la estatua sigue ahí, aunque me da que sólo reparan en ella, con suerte, aquellos que se acercan a ver la preciosa Basílica Menor de San Marco (¿cuántas iglesias de las 900 llevamos ya?).