Hoy unos amigos franceses nos han llamado para cenar. Hacía tiempo que no les veíamos, desde que se decidieron a repoblar ellos solos la Tierra en tiempo récord. Y yo reconozco que este año he echado mucho de menos nuestras divagaciones diarias (en italo-franco-anglo-español) sobre lo divino y lo humano. La noche ha sido muy agradable y divertida, sin parar de hablar y de contar anécdota. Además ellos han elegido el sitio y nos han llevado a una vieja fábrica reconvertida en restaurante y terraza de moda a las afueras de Roma, cerca de Tiburtina, Il Lanificio. El restaurante, con una decoración ecléctica, donde todo está en venta, da bastante bien de comer. Y para ir a la terraza, hay que caminar por una pasillo industrial que te lleva hasta uno de esos montacargas americanos que, no sin emoción, te sube hasta un espacio amplio y ciertamente maravillosa, más en noches como la de hoy, con una temperatura fantástica y con muchos jóvenes, y no tan jóvenes, celebrando la primavera. Me ha encantado. Noche redonda pues para comenzar a cerrar este puente lleno de planes y de buenos momentos.